De repente, Judith era mi amiga cumpleañera. En esas fiestas en que todos van acompañados, con sus parejas digamos. Bueno, en esas fiestas yo iba con Judith. Iba con ella porque odia los cumpleaños, y no hay nada más divertido que Judith en una situación en la que odie estar. No hay nada tan divertido como el odio de Judith. Salvo que sea su cumpleaños y vos seas, justo, su mejor amiga. Y ahí ya es tarde. Me acuerdo cuando fuimos al cumple aquel de un chico que le gustaba; era de disfraces y pasó toda la noche cerca de Damián, obstinada en que él era Drácula y ella Gatúbela, y su fastidio cuando
-¿Sabías que los murciégalos gustan de los gatos?- dijo el boludo.
-¿Mur-cié-ga-los?- le dijo Judith, que siempre se indigna- Sos un boludo.
Pero bueno, la pasábamos bien, ella de un modo odioso e irritante, y yo con ella odiante e irritada. Fueron cumpleaños felices, esos sí que fueron. Y digo fueron, porque después Judith se casó y no volvió a ninguna otra fiesta.
*Este texto fue construido en la seción de Parapantalla con invitados. Agradecemos las palabras de Mabel Godoy, Elisa Vargas y Lucía Pacheco.
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