Solo mi caballo y yo



Cuando empezaba a acostumbrarme al caballo que ame en penumbras, viene el capataz y dice:
           que ya no existe nada
           que afuera sólo hay noche
         que el tiempo es una mentira creada para controlarnos y hacernos sentir parte de algo.
Al escuchar esto el caballo me miró profundamente y respiró; no sé si habrá pensado. Tarde, poco acalorada y nublada, me quedé con la respiración entrecortada, y fue ahí cuando, de repente, levantó su hocico húmedo, rasgado por el tiempo, y putiamos juntos al capataz, quien atónito y abrumado quedó cuando escuchó putear al caballo (las cosas dimensionales confunden, ¡puf!), que a patadas deletreo: 
            dónde no hubo habrá, sí, misterios, magia, lo que sea.
El tipo no entendía nada. Nada, pero nada de nada. Entonces me decidí y fui a buscar a Pepe para que pudiera entender algo de toda esta bola de incoherencias. Pepe es bueno con eso. Muy, muy, pero muy bueno. Pero no hubo caso; seguía faltando una sola palabra con un poco de sentido. Sobraban caritas y puntos suspensivos que inundaban el aire de gestos grotescos, fuera de contexto.
Es la luna, le explicaron, que me suspira a los ojos para despertar el galope tordillo.

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